jueves, 24 de enero de 2013

HESSE, MÚSICA Y THE BEATLES...




«El nacimiento de la música se remonta muy atrás en el tiempo. Tiene ella origen en la medida y arraiga en el gran Uno. El gran Uno procrea los dos polos; los dos polos engendran la fuerza de la oscuridad y la de la luz.» 

«Cuando el mundo queda en paz, cuando todas las cosas están en calma, cuando todas siguen en sus mudanzas a las que le son superiores, la música cobra integridad. Cuando los deseos y las pasiones no andan por falsas vías, la música se hace perfecta. La música perfecta tiene su causa. Proviene del equilibrio. El equilibrio emana de lo justo, lo justo procede del sentido del universo. Por eso, sólo se puede hablar de música con un hombre que ha llegado a conocer el sentido del universo.» 

 «La música reposa sobre la armonía entre el cielo y la tierra, sobre la concordancia entre las tinieblas y la luz. » 

«… En tiempos bien ordenados, la música es tranquila y amena y la gobernación equilibrada. La música de una era inquieta es agitada y rabiosa, y su gobierno está trastocado. La música de un Estado decadente es sensiblera y triste, y su gobierno peligra. » Hermann Hesse, El juego de los abalorios (Pág. 28-29)


Músicos de todos los tiempos, encajan en el ensayo de Hesse, Led Zeppelin – por los rumores de la práctica del ocultismo para crear música de dioses-, pero son los Beatles, quienes empalman aquí perfectamente ya que su música pasó por varias etapas: del ritmo delirante – con la batería de Ringo Starr que sonaba en el alma- a un estado idealista y pacífico. Siendo dioses, se habían perdido a sí mismos, ellos por encima de todo y en medio de la nada infestados de soberbia y otros males.




Fue entonces cuando los cuatro grandes de Liverpool bajaron entre los mortales, allá en la India, para encontrar el equilibrio y védicamente llegar al nirvana -sí, ahí donde están los dioses, o el Dios en el que cada uno de nosotros creemos-, tras conocer el sentido del universo. Se hicieron dignos de sí y de sus seguidores. Habían encontrado el camino a la inmortalidad. George Harrison, en verdadero estado de gracia, demostró su experiencia espiritual cantándole al mundo su reconciliación con lo divino y su necesidad de encontrarse con el creador en el tiempo justo. “My sweet lord”. Y hacia Él partió el 29 de noviembre del 2001. 

La mayoría de cronistas y seguidores de Los Beatles coinciden en que la separación del grupo lo originó Yoko Ono, la esposa de John Lennon. Aunque al parecer, la desunión ya se había iniciado tiempo atrás, en febrero del 68, luego de conocerse a sí mismos, en aquel viaje interior que cambió sus vidas. De una vez humanizados, en Rishinkesh, la India, estuvieron llamados a defender sus ideales individuales –para evolucionar muchas veces es necesario dejar a las personas con quienes compartiste casi toda una vida-. Quizá, “Let it be” habría sido una profética despedida y separación del grupo con camufladas ansias de un retorno perpetuo y desesperado a sus raíces musicales. Pero el ‘get back’, era imposible. 
 Lennon, encontró en Yoko su leitmotiv –tanto para crecer, como para sucumbir- y Yoko en Lennon, el hombre perfecto. "Woman", fue el resultado. Aunque cada sol buscaba brillar en el firmamento, The Beatles, ganaba en destellos. Juntos o separados ya eran leyenda viva. Un principio. Un Uno. Ese Uno, se encuentra hoy equilibrado en Paul McCartney, la eterna voz de la banda, a quien todavía podemos disfrutar.

lunes, 21 de enero de 2013


Carta a Antonio
César Moro

Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio
de mi sueño y me levantas y como un dios, como un auténtico dios,
como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana con tu cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de oro que sostienen tu cuerpo negro, me arrastras y me arrojas al mar de las torturas y de las suposiciones.
Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tú eres
el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace tiempo, hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me arrastres hasta mi muerte.
Inútilmente me debato, inútilmente pregunto. Los dioses son mudos;
como un muro que se aleja, así respondes a mis preguntas, a la sed
quemante de mi vida.
¿Para qué resistir a tu poder? Para qué luchar con tu fuerza de
rayo, contra tus brazos de torrente; si así ha de ser, si eres el punto,
el polo que imanta mi vida.
Tu historia es la historia del hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres:
hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella,
gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo.
Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire;
cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de
tus manos. Guárdame junto a ti.
Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño seré aquel
punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en lumbre; en tu
lecho al dormir oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anudará
e irá subiendo y lentamente se apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.
Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
En el placer que tomas lejos de mí hay un sollozo y tu nombre.
Frente a tus ojos el fuego inextinguible.


Siempre quise escribir acerca de Alfredo Quíspez Asín, más conocido como César Moro, el poeta y pintor peruano surrealista más exótico de París del  primer cuarto del siglo XX. Pero se escondía la idea en cofres dorados de llaves perdidas. Pude elegir  quizás un verso tierno, mas Carta a Antonio es poesía viva. Moro, entrega aquí la relación  extraña entre belleza y muerte, pues versa su amor doliente al amante insensato con actitud altiva: lo ensalza para luego desarmarlo; lo  empequeñece, lo endiosa  –a modo de exaltación amorosa- para hacerlo suyo… Hasta la muerte.
 Cuentan que sus versos destrozaban al lector, otrora.  Hoy,  muchos admiten, con humildad, que este poema causa estragos e impacta a quien sabe de amor y ha sufrido sus tormentos.
 Seguí a Moro, tras leer lo que un escritor pudo recopilar de él y en cuanto  descubrí  en su poesía un sentido profético. Destaqué su obra, cuando circunscrita en sus versos, hallé las experiencias del amor y otros demonios. Las profecías, entonces, se habían consumado.  
Probablemente, sea  este obsequio un menester para vuestros ojos y el quebranto en  lo más recóndito de sus mundos -sobre todo para los que han amado tanto-. Un descubrir para quienes empiezan a amar. Un queso rancio, para los que ya no creen en el amor.  Moro no ha muerto, ningún poeta muere mientras sus versos estén vigentes y a todos los románticos revolucionarios nos hagan vivir y morir con ellos.   

Así pues,  en la novela Efecto invernadero, de Mario Bellatin, se resucita a César Moro. Según el cronista Marco Avilés de la revista Gatopardo, podría considerársele, junto con el brillante César Vallejo, como el  poeta más importante  del siglo pasado. Moro, se mantuvo  en vilo con sus escritos tanto  en París como en el Perú y México, pero es en el cementerio Presbítero Maestro donde yace dormido -con cuerpo extraño y helado-, quizás esperando a su amado Antonio.