Carta a Antonio
César Moro
Te quiero con tu gran crueldad,
porque apareces en medio
de mi sueño y me levantas y como
un dios, como un auténtico dios,
como el único y verdadero, con la
injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana con tu
cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de
oro que sostienen tu cuerpo negro, me arrastras y me arrojas al mar de las
torturas y de las suposiciones.
Nada existe fuera de ti, sólo el
silencio y el espacio. Pero tú eres
el espacio y la noche, el aire y
el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace
tiempo, hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me
arrastres hasta mi muerte.
Inútilmente me debato,
inútilmente pregunto. Los dioses son mudos;
como un muro que se aleja, así
respondes a mis preguntas, a la sed
quemante de mi vida.
¿Para qué resistir a tu poder?
Para qué luchar con tu fuerza de
rayo, contra tus brazos de
torrente; si así ha de ser, si eres el punto,
el polo que imanta mi vida.
Tu historia es la historia del
hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto de
tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
Todo sexo y todo fuego, así eres.
Todo hielo y todo sombra, así eres:
hermoso demonio de la noche,
tigre implacable de testículos de estrella,
gran tigre negro de semen
inagotable de nubes inundando el mundo.
Guárdame junto a ti, cerca de tu
ombligo en que principia el aire;
cerca de tus axilas donde se
acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de
tus manos. Guárdame junto a ti.
Seré tu sombra y el agua de tu
sed, con ojos; en tu sueño seré aquel
punto luminoso que se agranda y
lo convierte todo en lumbre; en tu
lecho al dormir oirás como un
murmullo y un calor a tus pies se anudará
e irá subiendo y lentamente se
apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu
mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en
tu aliento, nada podrá borrarme.
Es inútil tu fuerza para
ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos
para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
En el placer que tomas lejos de
mí hay un sollozo y tu nombre.
Frente a tus ojos el fuego
inextinguible.
Siempre
quise escribir acerca de Alfredo Quíspez Asín, más conocido como César Moro, el
poeta y pintor peruano surrealista más exótico de París del primer cuarto del siglo XX. Pero se escondía
la idea en cofres dorados de llaves perdidas. Pude elegir quizás un verso tierno, mas Carta a Antonio
es poesía viva. Moro, entrega aquí la relación
extraña entre belleza y muerte, pues versa su amor doliente al amante insensato
con actitud altiva: lo ensalza para luego desarmarlo; lo empequeñece, lo endiosa –a modo de exaltación amorosa- para hacerlo
suyo… Hasta la muerte.
Cuentan que sus versos destrozaban al lector,
otrora. Hoy, muchos admiten, con humildad, que este poema causa
estragos e impacta a quien sabe de amor y ha sufrido sus tormentos.
Seguí a Moro, tras leer lo que un escritor
pudo recopilar de él y en cuanto descubrí en su poesía un sentido profético. Destaqué su
obra, cuando circunscrita en sus versos, hallé las experiencias del amor y
otros demonios. Las profecías, entonces, se habían consumado.
Probablemente,
sea este obsequio un menester para
vuestros ojos y el quebranto en lo más
recóndito de sus mundos -sobre todo para los que han amado tanto-. Un descubrir
para quienes empiezan a amar. Un queso rancio, para los que ya no creen en el
amor. Moro no ha muerto, ningún poeta
muere mientras sus versos estén vigentes y a todos los románticos revolucionarios
nos hagan vivir y morir con ellos.
Así
pues, en la novela Efecto invernadero, de Mario Bellatin, se resucita a César Moro. Según
el cronista Marco Avilés de la revista Gatopardo, podría considerársele, junto
con el brillante César Vallejo, como el poeta más importante del siglo pasado. Moro, se mantuvo en vilo con sus escritos tanto en París como en el Perú y México, pero es en
el cementerio Presbítero Maestro donde yace dormido -con cuerpo extraño y
helado-, quizás esperando a su amado Antonio.
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