A
lo largo de la historia del Perú, grandes intelectuales trataron de diagnosticar la
enfermedad de nuestro país, asimismo, intentaron dar solución a los problemas de la sociedad de
sus épocas. Cada quien desde sus dogmas y conocimientos han entendido al país
resaltando sus fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas tanto internas
como externas. Pero ninguno ha dado con la fórmula exacta, justamente por mirar
el problema desde una perspectiva centralista y siempre buscando beneficios
propios.
Cada
pensador levantó la voz en la historia
llorando la necesidad de su círculo étnico, social, religioso y político
generando una separación total entre etnias. Nunca hubo un sentido de unicidad
–tarea difícil, hacia 1900, cuando los habitantes del oriente de nuestro país todavía eran
considerados como animales salvajes, situación que aún favorecía el negocio del caucho-. Setenta
años después, Nicomedes Santa Cruz decía “donde no hay mina de gringos, hay
haciendas de gamonales”, lo cual indica que la realidad seguía siendo la misma:
constituida por explotadores, explotados y unos cuantos independientes, como
aquél personaje chinchano, Don Manuel Mosquera Vásquez, más conocido como
“cinco reales” quien no se dejara, jamás “pisar el poncho”.
Para entender el Perú de hoy, ya no es
solamente mirar a España como ente colonizador, sino mirarnos a nosotros mismos
que somos el producto de una historia
mal contada y con una educación “encubridora y alienante” tal como escribiera,
Salazar Bondy.
Habitamos
el Perú, los indígenas, los amazónicos, los
criollos, los descendientes de algunas naciones del continente africano,
ingleses, chinos, japoneses, italianos,
alemanes y cuanta etnia encontrara regocijo aquí, y cuya
presencia cultural es muy notoria. En la escuela no se nos dice cómo emigraron de otras partes del mundo ni bajo qué
circunstancias, para qué y por qué, pero son innegables los aportes positivos y
negativos, pues todos de alguna manera
hemos contribuido a la formación de lo
peruano y la peruanidad, lo que hoy pitucamente denominamos “marca Perú”.
Esta
“marca Perú”, muy a parte de promocionar productos nacionales y los aportes culinarios de
la fusión y mejunje de todos, principalmente de los afro, indígenas, chinos e
italianos, que han enriquecido la cocina nacional, -y unos cuantos bolsillos de
quienes tienen visión empresarial, claro está-, es la búsqueda de identidad,
que difícilmente será hallada por la misma multiculturidad o pluriculturidad o
multinacionalidad, como ciertos sociólogos pretenden denominar a este bagaje y
riqueza étnica que va más allá de
nuestras fronteras, abarcando pues, toda América Latina y a todo país que fue o
sigue siendo colonia de otros.
Como
multiculturales, estamos en ese péndulo constante entre cohesión y racismo,
tolerancia e intolerancia, reforzando estereotipos y luchando por erradicarlos.
Sintiéndonos por momentos peruanos o
revalorizando la etnia de los
ancestros.
Así
pues, nuestras actitudes de superioridad, posturas racistas, de intolerancia y estereotipos negativos que son bloques
macizos heredados del pasado –toda esa
huachafería o cojudez, como dijera Marco Aurelio Denegri-, así como, la baja autoestima y servilismo que hasta hoy
forman parte de la personalidad de muchos peruanos -lo cual no permite el
desarrollo integral de nuestro país-, también están contenidas en la “marca
Perú”.
Entonces,
conocer y comprender los errores y aciertos de quienes manejaron nuestra
verdadera historia es desde donde debemos partir, para interpretar la realidad
nacional peruana de este siglo XXI.
Los problemas del Perú…
Por
ejemplo, podemos encontrar que Garcilaso de la Vega, como cronista y escritor
tuvo tinta para describir, en “La Florida del Inca” el asco étnico que
generó una fusión forzada entre indias y negros esclavos, quienes luego fueron reivindicados –no por Ramón Castilla-
sino por el floreciente discurso y movimiento afroperuano en la década del
setenta. Fue Nicomedes Santa cruz, entre otros pensadores, quien reflejó el
dolor del negro de haber sido secuestrado, arrancado de su tierra para ser
trasladado en condiciones infrahumanas a estos lares para ser explotado.
José Carlos Mariátegui,
defendió al indígena y la tenencia de sus tierras en sus “siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana”, mientras que Andrés Belaunde, desde el
catolicismo daba significado a una realidad en la que ensalzó a Ramón Castilla
y su gobierno sin mostrar las atrocidades que éste cometió. Existe un
documento, El decreto de Huancayo, que sirvió a Ramón Castilla para arrebatarle
el poder a Echenique y, de paso, acoplarse a la moda del abolicionismo
(iniciada por la corona inglesa por necesidad ante el avance de la
industrialización, y no por humanismo) por lo que los afros nunca le debieron
la libertad.
Pero fue Gustavo Gutiérrez
Merino quien buscó un mundo ideal para todos
interpretando la realidad nacional desde su
reflexión teológica, la misma que viene
desde una perspectiva latinoamericana, “subcontinente de opresión y despojo”
planteando la nueva teología de la liberación, un tema debatido en la
Conferencia Episcopal de Medellín de 1968. Pero que no ha sido recogida por el
catolicismo y ya vamos entendiendo el por qué.
La
oportunidad para los amazónicos llegó hace tres años con el tan agitado tema de
la propiedad de las tierras y las concesiones petroleras, teniendo a Alberto Pizango
como defensor y porta voz de los peruanos del oriente – quienes bajo un decreto firmado en el año 1953,
fueran por fin considerados como seres
humanos, dignos sujetos de derechos. Pero minimizados nuevamente a
“salvajes” por el propio ex Presidente Alan García, el mismo que tras firmar un ambiguo TLC con EE.UU., habría decepcionado a su
mentor Raúl Haya de la Torre quien desde su obra “el antimperialismo y el Apra”
buscaba abrir los ojos a una nación que podía salvarse de las garras del país capitalista.
En el Perú, la población de
escasos recursos está conformada por quienes no tuvieron igualdad de
oportunidades: negros, indígenas y amazónicos. Las nuevas formas de racismo se
cuecen en las calderas de estos dos últimos: el indigenismo; que ya tiene
raíces en Arguedas, Mariátegui, Hugo Blanco y otros, el etnocacerismo o
etnonacionalismo peruano; representado por Antauro Humala, y cuya lucha es por la reivindicación
de “la raza cobriza” (indígena americana) que debe volver a gobernar el Perú.
¿Y acaso el resto de peruanos no tenemos derecho a ser elegidos
democráticamente para dirigir el destino
del país?
Para
Jorge Basadre Grohhman, el Perú constituye una comunidad histórica que enmarca
la vida de todos nosotros querámoslo o no; una comunidad que se ha ido haciendo
penosamente en una marcha llena de contradicciones que, por momentos, parecía
florecer, resurgir y en otros hundirse en la desolación, para luego levantarse
y seguir adelante. Pero lo que importa, no obstante, es nuestro rico pasado, no
es lo que fuimos sino lo que podríamos ser si de veras lo quisiéramos, si de
veras nos lo propusiéramos individual y colectivamente, todo
sería distinto, no ocultaríamos nuestros rostros bajo mascarillas de una limpia
e inofensiva “marca Perú”.
Como
observamos, De la Vega, Haya de la Torre, Bondy, Basadre, Gutiérrez, Belaunde,
Mariátegui, Santa Cruz y otros trataron
de resolver los grandes enigmas que esconde un país multicultural que se
edifica año tras año casi como una torre de babel donde, por sus diferencias
económicas, políticas, religiosas, idiomáticas, étnicas –y por heridas del
pasado- no se ha logrado una total integración.
El papel de los medios
Lograr
la Identidad nacional, es un letargo,
pero se puede construir bajo una propuesta que parta también desde los
medios de comunicación, desde sus tareas educadora e informadora donde enfoque lo no lexicalizado
(no coyuntural) y ponerlo en agenda para sensibilizar a los sectores de poder y
a la población, tocando el tema del desarrollo desde el ámbito social,
cultural, político y económico. Asimismo, se debe reflejar el problema globalmente incluyendo a todos y no desde un solo centro.
Alaín Touraine, en su libro ¿Podremos vivir juntos? Ya había señalado lo siguiente:“¿Acaso la ciudad no fue innovadora porque brindaba a cada uno la
oportunidad de ser un extranjero y
permitía encuentros e interacciones entre los individuos de medios sociales y
orientaciones culturales diferentes? Cuando más se procura reunir culturas diferentes
en la experiencia vivida y el proyecto de vida de los individuos, más grandes
son las posibilidades de éxito”.
La educación debe transformarse
Por qué seguir
ocultando la verdad, la historia debe volver a ser contada, esta vez sin
salteos ni supresiones, debe decirse todo, duela a quien le duela, será preciso
para que desde niños se logre interiorizar el reconocimiento, generar
conciencia y criterio de dónde se está, quién se es y hacia donde se va.
Lograr la reflexión, el perdón, la
revalorización, la identidad y la
erradicación de estereotipos que
disminuyen al ser humano, lograr el amor y tolerancia a otro. Trabajar para
que la educación esté diseñada para cada
región, entendiendo su idiosincrasia, sus costumbres, su idioma, sus deseos,
sus gustos y necesidades.
Los partidos políticos
La
política debe innovarse y ser inclusiva. Es necesario establecer políticas
públicas que beneficien a toda la población peruana. Va a demorar que todos los
partidos políticos las tomen en cuenta en sus agendas, pues esto es normal, porque
todo proceso y cambio toma su
tiempo. Pero es importante atender las
necesidades que cada parte de la población tiene y que los medios incidan en
este tema hasta obtener resultados positivos.
Esto se puede lograr a través de los periodistas que estemos dispuestos
a convertirnos en vectores sociales. No solo se desea una “Lima para todos”,
sino un “Perú posible” para los 29 millones 797 mil 694 personas que lo
habitamos.
Texto y foto por: Lic. Rosa María Mosquera
Flores